jueves, 20 de agosto de 2009

Parque Nacional El Palmar

18-08-2009 | 07:34

Un sistema de caza controlada que brinda alimento a comedores comunitarios se realiza en el Parque Nacional El Palmar, en Entre Ríos, para combatir a la fauna exótica devenida en plaga, que pone en riesgo la existencia de esa reserva natural.


La actividad no es deportiva y apunta al jabalí y al ciervo axis, depredadores importados de Europa y Asia respectivamente, que habitan en el bosque de palmeras yatay de mayor tamaño y densidad existente.

El jabalí es el más dañino, ya que come los renovales de palmeras, lo que puede hacer desaparecer el parque, mientras el axis desplaza a especies autóctonas, como el ciervo de los pantanos o corzuela.

La cacería se realiza cuatro veces por mes, con fusil a la noche o de a caballo al amanecer, lejos de los senderos turísticos y fuera del horario de visitas.

La modalidad a caballo está reservada para campesinos humildes que no tienen las armas ni las municiones reglamentarias, por lo que utilizan una jauría de perros bravos que domina al jabalí, tras lo cual el gaucho termina la tarea con su facón.

Los participantes de estas actividades son pobladores locales, bajo coordinación de personal del Parque, al cual Télam acompañó en una jornada nocturna de caza con fusil.

El cazador debe cumplir una serie de requisitos legales y no puede llevarse la cabeza del animal, que en la caza deportiva es un trofeo, sino sólo la mitad del cuerpo eviscerado y desollado, mientras el otro medio va a comedores comunitarios de la zona.

En una jornada de sol que prometía una noche despejada, unos 25 lugareños se anotaron para la cacería, que cada uno realizaría desde uno de los 40 mangrullos construidos con este fin, ya que no se permite hacerlo de a pie.

Todos provenían de localidades cercanas, como Ubajay, Villa Elisa, Colón, Concepción del Uruguay y San José, y según los guardaparques no están en la franja económica de quienes ingresan a la mayoría de los exclusivos clubes de caza.

“Es gente de gente de clase media, y para ellos medio ciervo o jabalí por semana es, además del placer gastronómico, un buen aporte a la economía hogareña”, comentó uno de los guías oficiales.

Luego del sorteo de mangrullos, cada uno puso sus cebos -en general maíz- en el punto donde mejor blanco ofrecería el animal a la noche y, al caer el sol, se instaló en lo alto del apostadero.

Los guardaparques coordinaban todo en la seccional La Glorieta, unos seis kilómetros adentro desde el acceso por la ruta nacional 14, y allí recibían la información proveniente de los puestos de caza.

No se permite el uso de escopetas, sino sólo fusiles de gran calibre, cuyo estruendo se oía de ratos desde ese lugar y, si el cazador era certero, de inmediato llegaba el aviso de que alguien cobró una pieza y una camioneta partía hacia el apostadero para regresar con el hombre y su presa.

Personal de Parques pesa, mide y registra el animal y deja en manos del cazador la tarea de desollarlo, eviscerarlo y cortarlo en dos, lo que éste realiza al pie de un ciprés, de cuyas fuertes ramas cuelgan los cuerpos de sus patas traseras.

Si es un jabalí, se toman muestras de tejidos, para constatar en laboratorios oficiales si padece triquinosis, y mientras se espera el resultado, se lo guarda en frigorífico. Si la prueba da positivo, lo tiran a una fosa con cal viva, a la que también son destinadas las cabezas y vísceras de todas las presas.

La pieza más grande de la noche, una jabalí preñada de 72 kilogramos, la obtuvo Alberto Tereso, un camionero de Ubajay, a quien un compañero apoyó con su equipo de visión nocturna. El cazador contó a Télam que antes había cazado un macho de 140 kilos y un ciervo de 72 centímetros de cornamenta.

Marcelo Favri y Gustavo Scheffer llegaron juntos desde Villa Elisa y estuvieron en sendos mangrullos, desde los que cazaron un jabalí y un ciervo, con los fusiles suministrados por el primero, que tiene una armería, lo mismo que los cuchillos con que los desollaron.


Pablo llegó con un ciervo, que luego de registrarlo dejó para desollarlo después, y retornó rápido a su mangrullo para continuar la caza. “Toda mi vida cacé y desde que empezó la caza en el parque no me perdí una oportunidad”, declaró este joven de San José.

Con esta caza controlada se redujo casi a cero la depredación de retoños de yatay, que en las zonas de prueba llegaba al 78 por ciento en los últimos tres años y, a través de la municipalidad de Ubajay, se suministra alimento a comedores comunitarios a los que asisten numerosos niños en situación de pobreza.

Una evaluación positiva
El intendente del Parque Nacional El Palmar, Aristóbulo Maranta, afirmó que con la caza controlada, en tres años se redujo notablemente el impacto ambiental de especies exóticas en esta reserva, con recursos aportados por los cazadores, que el Estado no hubiera podido afrontar.

“Uno de los impactos más grandes era el del jabalí sobre la palmerita; se comía los retoños y al morir los más viejos y no haber retoños, la especie desaparece”, explicó a Télam.


Luego precisó que “en el primer año (2006) los técnicos científicos veían que los jabalíes predaban el 78 por ciento en las parcelas de control; en 2007 y 2008, no se comieron ninguna”.

El yatay “es muy vulnerable a la predación en sus primeros 10 ó 15 años, hasta que se convierte en un ‘renoval logrado’, y ése es el tiempo que dispone el jabalí para comérsela”, comentó.

Maranta hizo sobre la caza “una evaluación muy positiva, que es compartida por (Héctor) Espina, el presidente de la Administración de Parques Nacionales (APN) y los directores” del organismo.

En relación a los gastos, señaló que “en las condiciones actuales, el Estado no estaba en condiciones de destinar los recursos, y los cazadores aportaron como un 70 por ciento del costo de la actividad. Sería bueno que todas las cosas se hicieran con ese grado de participación de la comunidad”.

“En 2008 –puntualizó- tuvimos como presupuesto operativo 500 mil pesos, más un millón y pico de sueldos y, según mis cálculos precarios, si hubiéramos debido pagar las horas-hombre empleadas en este plan, más materiales e insumos, el Parque debería haber puesto un millón de pesos por año, aunque quizás es una exageración”.

Respecto del ciervo axis, admitió que aunque resulte paradógico, desde que comenzó la caza hubo un aumento de su población, lo que puede estar relacionado con la disminución de jabalíes, que devoran sus crías.

Sobre la aparente contradicción de cazar en una reserva natural, aceptó que quizás el axis es un animal simpático y no es grato verlo cazado y desollado, aunque luego sea un plato exquisito y llegue a mesas de niños pobres, pero sostuvo que todo se hace dentro de los postulados de la APN.

“Lo que pasa –agregó- es que el enunciado por ley de nuestros parques, la defensa de la vida, se refiere al ecosistema, la flora y la fauna nativa, y la ley especifica que las especies exóticas tienen que ser eliminadas, tanto las animales como las vegetales”.

Al respecto, consideró que “en un sistema continental como el nuestro es imposible eliminar a todos los jabalíes y ciervos axis, por eso necesitamos mantenernos aliados con los cazadores y sostener el proyecto para siempre”.

Fuente: Por Gustavo Espeche, para Télam

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